Llamé a los flagelos para ahogar con arena, la sangre.
La desgracia fue mi dios.
Me revolqué en el barro.
Me sequé con el aire del crimen. Aposté con la locura.
Y la primavera me brindó la risa repugnante del idiota.
Pero, cuando estaba casi por decir adiós, resolví buscar la llave que me abriera las puertas del festín antiguo, donde quizás recuperaría el apetito.
Arthur Rimbaud
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